jueves, 10 de noviembre de 2016

En el umbral. Entre penumbras.

Navego sin rumbo en un mar oculto junto la bordillo de las aceras. Giro mi cabeza hacía la tierra donde nací y me veo como un extraño en ese paraíso.

En el mundo que habito llueve hacía arriba y los cuervos cantan dulcemente viejos poemas. Las cebollas no hacen llorar y los perros no paran de maullar. La Luna amanece cada noche y las penas mueren ahogadas en aguas de risas tras un brindis con un vino tan dulce como amargo, tan blanco como negro, tan joven y tan viejo.

Los usureros esconden el dinero bajo el sombrero y los niños levantan los brazos para tocar el cielo sin levantar los pies del suelo. El Sol se oculta por el Este. El viento más frío sopla de Sur a Norte. Las murallas están hechas con puertas abiertas. El orgullo alimenta a los zafios hasta que explotan en artificios de vanidad.

No ver más allá de las luces de la ciudad; farolas convertidas en estrellas y la niebla en nebulosas y galaxias. Un tabla de madera en la que ensuciar con negro sobre blanco; tomando al asalto el papel con frases inconexas. Se lavan de sangre y de rubor los adoquines con un tarde de lluvia de una primavera teñida de gris, amarillos, naranjas y ocres. 

Se han marchitado las hojas en las que escribía poemas. No necesito dormir si "La Vida es Sueño" como en el monólogo de Segismundo (1). La soledad, esa compañera a la que no le gusta viajar, se quedará esperando en la puerta cada día cuando salga con mi pañuelo al cuello, con mi bastón de caballero y mi sombrero negro.













(1) Pedro Calderón de la Barca. "La vida es Sueño" (1635).

viernes, 1 de mayo de 2015

La máscara del fantasma de la ópera

" En algún lugar del alma se extienden los desiertos de la pérdida, del dolor fermentado; oscuros páramos agazapados tras los parajes de los días"

Suena el despertador son las seis y media de la mañana, comienza el Día de Difuntos es gris con ligeros tonos naranjas proporcionados por el sol de otoño, calles vacías con olor a resaca de una noche paganamente festiva. No desayuno como casi cada día, evito así las malditas nauseas de cada mañana, sonrío pensado en los patrones para tener un buen día y el único que cumplo es el de beber un vaso de agua acompañado eso si de antidepresivos y ansiolíticos, básicos para que la maquina de vapor de mi cabeza comience a ir por los railes de la vía de la cordura. Me tranquiliza pensar que pronto subiré al tren de los personajes de mi circo particular, esos que se disfrazan en este día con coronas y ramos de flores, esos que van a ver a sus muertos a los que jamás les dijeron un te quiero en vida. Estas plañideras me recuerdan a un mal vino de esos con un bonito color cereza y un sabor desagradable y con retrogusto a goma quemada, cuya resaca provoca la desagradable sensación de estar apunto de morir sin decidirse a cumplir con su objetivo.

A pesar de ser festivo no hay tregua para los actores segundones y mediocres y he de representar de nuevo mi papel que de tan repetido creo que ya somos un todo mi personaje y yo. Mi libreto no es muy original, tiene un poco de todo, comedia, drama, tragedia; en realidad son miles de palabras que se entremezclan para crear un burlesque de la normalidad más anodina de este personaje con poco texto y menos acción. Mi yo, mi ser tiene el alma fuera del cuerpo, ésta está formada por la máscara, el sutil maquillaje y una túnica negra que engulle cualquier atisbo de luz que de esperanza de salir del fondo del escenario. Tal vez tengo miedo a aprender un nuevo papel en un guión hecho para mi, uno sin demasiadas estridencias pero con un poco más de relieve. Pero los muros de mi zona de confort son ya tan altos y sólidos que aunque arda en deseos de hacerlo ya no puedo derribarlos; y mis brazos y piernas están tan viejos y cansados que jamás podré escalarlos.

Estoy al fondo en la parte más sombría con mi alma tapando mi cara, mi máscara me ahoga, me roba el aire, agota mis horas y sacía mi sed de esencia con migajas de vida en un desierto de nada. Y aunque quiero arrancarla de mi rostro me vence la desazón de no poder vivir sin alma.


miércoles, 2 de julio de 2014

Desde las Tripas

Desde las tripas.

Los síntomas de la depresión son cada vez más evidentes, la dejadez física, la falta de auto estima, el odio por los que me rodean esos estúpidos, mediocres y decadentes, la falta de motivaciones y un ridículo estado de tristeza y melancolía que se hace permamente en cada una de las acciones de mi día a día. Vivo sin hacer demasiado ruido, me gusta pasar desapercibido y no soy ni quiero ser nadie. Saber que no voy a ser leído me ayuda a delatar mis negros pensamientos, tal vez tenga un alma narcisista y sea tan decadente como ellos pero sin saber ni tener razones no me quiero, mi humanidad se difumina en mis odios. Tengo tanta rabia contenida que al explotar esta bomba la metralla saldría al espacio exterior. Pienso en como será mi muerte, imagino que como mi vida anodina y sin sal. Pero también pienso en como se irán ellos, los esclavos de la felicidad, o los del dinero, o los hipócritas de las palmaditas y la sonrisa amigable porque ellos también se irán y se irán lamentando no poder llevarse sus miserias, mi consuelo es que la única miseria de mi soy yo y cuando muera vendrá conmigo, es un amargo triunfo pero habré ganado la partida.

Se estar en soledad y me gusta ser parte de esa nada absoluta que es la soledad, me recuerda a la blanca ceguera que describe Saramago en su libro. Blanca, impoluta, trágica y tan humana como la decadencia de los seres que la padecen, pero la pregunta es ¿quiénes son los ciegos? En otro de sus libros "La Caverna"  no me identifico con el pobre artesano, si no con la cerámica imperfecta, trabajada a mano que la modernidad rechaza por no cumplir con sus estándares de belleza. Cada día más imperfecto, con un ánima más decadente, huyendo de los saberes como un barco a la deriva y cargando el saco de viejo aranero para emigrar sin hacer ruido al otro lado de la nada, a esa soledad negra donde sólo se quedan los muertos. 

He leído tanto que no se si lo he vivido, viajado en esos trenes de vagabundos y alcohol de Bukowski y Kerouac, he amado el deshamor de Pavese, me he quemado en el infierno de William Blake, he vivido la juventud de Rimbaud y he olido las flores de Boudelaire y así tantas vidas que no son la mia, o tal vez si.

miércoles, 3 de julio de 2013

Morir sin hacer ruido

"La muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo."  Epicuro de samos




            Siempre he considerado que la discreción es una virtud muy importante en la vida, pero creo que aún más es una virtud en la muerte. Para los que pasamos por la vida de puntillas sin apenas hacer ruido y con el mínimo afán de protagonismo; el día de nuestro óbito nos podrá el pudor y el decoro. Sin hacer ruido, dignamente, tal vez con los deberes hechos y alguna tarea inacabada de esas que siempre quedan para mañana. Cuando cierre los ojos a luz espero tener a mi lado alguien que me los cierre definitivamente y de paso a eso que se llama el descanso eterno.

           No me entristece la muerte más que otros momentos de la vida, tal vez un poco más  por lo que me ha arrebatado y posiblemente por lo que la mía pueda arrebatar. Seguirán mares, lagos, árboles, montañas y ríos; y de alguna manera mi esencia de materia se extenderá en todo y en nada entre ellos. No espero un más allá como al nacer tampoco esperé el más acá, vine por causalidad que no por casualidad. Y con saco de porqués a los que aún no tengo respuesta, mis dudas no son existencialistas puesto que mi yo no tiene ego, me carga el engolamiento de los pretenciosos que como pequeños napoleones buscan su pequeño imperio de falsos aduladores, como dijo el sabio al fin y al cabo la muerte nos iguala a todos. Si quiero vivir es por el aprender y el aprehender, por el saber, por el pensar, y aunque no sabría como definirlo por el sentir de todos y cada uno de los átomos y moléculas que componen ese universo personal que todos nos creamos. Por el sentir de toda esa química que mueve mis adentros, cuando he amado lo he hecho con intensidad, con pasión, sin miedos, sin orgullos, cuando he herido lo he hecho con rabia, con arrepentimiento y sin perdón. Y cuando llegue el momento me iré sin rencor en paz con la cabeza alta y la mirada triste. No hay miedo a la muerte porque el no ser no puede tener temores y el ser que yo poseo tiene otras aspiraciones. Quiero exhalar aire puro en esos 21 gramos que pesa mi alma, quiero decir te quiero y adiós a los que realmente amo y seguro que me iré despacito agarrado a lo me quede de vida y dándome la vuelta por si acaso la naturaleza me bendice con poder volver atrás antes de llegar a atravesar el túnel.

            No me gusta vivir como si no hubiera un mañana, porque nunca me ha preocupado el mañana, vivir sin futuro es vivir en presente que es el único tiempo que de existir algún tiempo existe. Yo soy, pero jamás seré, porque si llegase ese seré no seré consciente de ello hasta que sea en ese mismo instante. Morir me dolerá menos que nacer porque me iré con una sonrisa en los labios por todas las pequeñas cosas que han llenado mi vida. Por eso cada día que pasa vivo un poco menos y muero un poco más, así muriendo despacito como quien no quiere la cosa me iré ese último día como si hubiera sido el primero con una larga noche de cielo limpio y lleno de estrellas.

jueves, 6 de junio de 2013

En el mundo de los necios el necio es el rey

Ramón y Cajal dijo “se conocen infinitas clases de necios; la más deplorable es la de los parlanchines empeñados en demostrar que tienen  talento”.

Nunca he estado de más de acuerdo con una frase, de las infinitas clases me quedo con las dos más destructivas; la primera la definiría como “el/la cenutrio/a” personaje de ideas preconcebidas, muy dogmático, nada flexible, que sólo escucha su verdad, carente de autocrítica, que sobrevive de la educación de los demás, a los que en su parecer disfruta humillando. Es el típico que se cree especial y en su arrogancia falta al respeto a las personas que le toleran por que tienen más educación que nuestro trasnochado personaje. Su vanidad  extrema le lleva a creerse un intelectual, que su saber superior le aleja de lo mundano; pero sus dimes y diretes y sus actos le convierten en todo su espectro en un cenutrio y me atrevería a decir que en un alcornoque. Cuando se aprende el discurso del día lo repite hasta la saciedad porque cree que su “genialidad” es digna de ser plasmada, en los cerebros de los que le sufren, a martillo y cincel.  Como final es aquel que se mira al espejo vestido de harapos y ve la imagen de un rey enjoyado y coronado.

La segunda clase es “la del quiero y no puedo, a pesar de mi dinero” se podría definir como “el/la botarate”.Personaje que gasta ingentes cantidades de dinero en ropajes carísimos buscando una clase de la que carece, se considera inteligente y muy progresista sobre todo enfoca su real disciplencia disfrazada de benevolencia a favor de los más necesitados; total hipocresía. Es un personaje que se cree culto, porque lee algún libro al mes, delicado y de dicción refinada, pero basta rascar un poco el barniz para que la necedad brote como un geiser en erupción, su delicadeza es la de la ortiga y su refinamiento verbal similar al de la “caricia” de una mofeta. Sus palabras son razones y verdades absolutas y por supuesto no admite la crítica. Cuando sabe que ofende o hiere nunca pide disculpas y si tiene la culpa se la echa al del al lado. No sabe, como popularmente se dice, ni freír un huevo. Es una modalidad de necio que se apoya en la podedumbre y en la miseria siempre que las salpicaduras del daño le caigan al vecino; a pesar de que ha sido nuestro necio botarate el que le haya tirado la basura encima. Le fascina ir de superior, de gran hombre o gran mujer.  Su valor es sólo lo que tiene de material puesto que carece de alma y es incapaz de querer a alguien que no sea así mismo. Este tipo de necios suelen morir sin nadie que les diga adiós, orgullosos, dejando como herencia nada más que sus ojos vidriosos.

La pregunta del día es: ¿Qué tipo de necio soy?.