viernes, 1 de mayo de 2015

La máscara del fantasma de la ópera

" En algún lugar del alma se extienden los desiertos de la pérdida, del dolor fermentado; oscuros páramos agazapados tras los parajes de los días"

Suena el despertador son las seis y media de la mañana, comienza el Día de Difuntos es gris con ligeros tonos naranjas proporcionados por el sol de otoño, calles vacías con olor a resaca de una noche paganamente festiva. No desayuno como casi cada día, evito así las malditas nauseas de cada mañana, sonrío pensado en los patrones para tener un buen día y el único que cumplo es el de beber un vaso de agua acompañado eso si de antidepresivos y ansiolíticos, básicos para que la maquina de vapor de mi cabeza comience a ir por los railes de la vía de la cordura. Me tranquiliza pensar que pronto subiré al tren de los personajes de mi circo particular, esos que se disfrazan en este día con coronas y ramos de flores, esos que van a ver a sus muertos a los que jamás les dijeron un te quiero en vida. Estas plañideras me recuerdan a un mal vino de esos con un bonito color cereza y un sabor desagradable y con retrogusto a goma quemada, cuya resaca provoca la desagradable sensación de estar apunto de morir sin decidirse a cumplir con su objetivo.

A pesar de ser festivo no hay tregua para los actores segundones y mediocres y he de representar de nuevo mi papel que de tan repetido creo que ya somos un todo mi personaje y yo. Mi libreto no es muy original, tiene un poco de todo, comedia, drama, tragedia; en realidad son miles de palabras que se entremezclan para crear un burlesque de la normalidad más anodina de este personaje con poco texto y menos acción. Mi yo, mi ser tiene el alma fuera del cuerpo, ésta está formada por la máscara, el sutil maquillaje y una túnica negra que engulle cualquier atisbo de luz que de esperanza de salir del fondo del escenario. Tal vez tengo miedo a aprender un nuevo papel en un guión hecho para mi, uno sin demasiadas estridencias pero con un poco más de relieve. Pero los muros de mi zona de confort son ya tan altos y sólidos que aunque arda en deseos de hacerlo ya no puedo derribarlos; y mis brazos y piernas están tan viejos y cansados que jamás podré escalarlos.

Estoy al fondo en la parte más sombría con mi alma tapando mi cara, mi máscara me ahoga, me roba el aire, agota mis horas y sacía mi sed de esencia con migajas de vida en un desierto de nada. Y aunque quiero arrancarla de mi rostro me vence la desazón de no poder vivir sin alma.


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